11/12/10

Es así pibe...

Juan nunca pensó que se iba a enamorar de Mayra. Es que no le daba mucha importancia a los besos que se daban una vez por semana, cerveza de por medio. Esa piba, diez años más joven que él, logró engatusarlo casi sin proponérselo. Algunos dicen que su sencillez rayana con la incultura lo hacía calentar, además de su cola bien paradita.
Todos los sábados, después de las doce y media de la noche se juntaban a jugar al pool. Las copas, los roces, las miradas y las palabrotas se hacían una fiesta en ese boliche de luces tenues. Juan la buscaba siempre y ella se dejaba encontrar fácilmente. Era todo breve pero intenso, dos horas a puro desafío. La perfomance de cada uno en el pool era un adelanto de lo que iba a suceder en la cama. Algún día, porque el contacto carnal no se concretaba.
Hasta que una noche fría, Mayra le aseguró que no le iba a cobrar.
–Esperame a las cuatro y media en el bar de la estación de servicio y de ahí a tu departamento, le dijo. Por supuesto que Juan se ilusionó y la aguardó sentado comiendo un alfajor en el lugar indicado. Estaba nervioso y emocionado, se sentía más pendejo, más pulenta y más macho. Tenía la necesidad de amar. ¿Amar?... ¿Qué era eso?
Estuvo hasta las seis y cuarto en la modernosa estación de servicio, ya se había tomado cinco cortados. A esa altura de los acontecimientos, quedó claro que ella no se podía escapar antes del cabaret. Entonces decidió pirárselas rápido, por miedo a que lo persiguieran por querer romper los códigos de la noche.
Ya subido al taxi reflexionaba: -No ahorres en amor, invertí en lo seguro.

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